¿Mentir para ganar las elecciones?
Parte I
“Es posible engañar a unos pocos todo el tiempo. Es
posible engañar a todos un tiempo. Pero no es posible engañar a todos todo el
tiempo”.
Abraham Lincoln (1809-1865)
La mentira
es tan vieja como la humanidad misma, y la mentira política es tan vieja como
la política misma…
Sobre la mentira
han escrito filósofos, historiadores y políticos a lo largo de la historia, y
aunque parezca mentira… ésta ha sido rechazada por la sociedad, que apoyada en
principios y valores religiosos, ideológicos y sociales, la ha tenido a raya,
censurada y perseguida, y aun así, la mentira, precisamente la mentira con
motivos políticos sigue siendo nuestro pan de cada día.
Nicolás
Maquiavelo (1469 – 1527), en su obra “El Príncipe” sugería a los gobernantes
que no sólo se comportaran como leones fieros, sino también como zorros
astutos, aprendiendo en todo momento a disimular y mentir, pues, decía, “Los
hombres son tan simples y de tal manera
obedecen a las necesidades del presente, que aquel que engaña encontrará
siempre quien se deje engañar”.
Mentir en
todo caso es considerado un grave pecado en el ámbito religioso, y como una
conducta irracional y de baja estatura en lo filosófico y moral, pero pareciera
que en política, a pesar de ser también reprochable, dependiendo del motivo o
el fin, mentir es casi que necesario, según sea el caso.
El escritor
irlandés, Jonathan Swift (1667 - 1745) en su libro, El Arte de la mentira
política, decía “Un político que se precie de tal debe manejar principalmente
la Pseudología o la mentira política; el arte de hacer creer al pueblo
falsedades que persiguen un buen fin, pues está persuadido que para convencer
al pueblo de aquello que llaman verdad, más que arte y maña, se necesitaría en
ese caso verdadero tesón y trabajo”.
Y es que en
pleno Siglo XXI, se imaginan que en un país donde se practique la
democracia, un político pueda ganar las
elecciones ofreciéndole a la gente que tendrán que trabajar muy duro, que
tendrán que sufrir muchas necesidades y sacrificarse por el bien de las generaciones
del futuro, y que ese político honesto, tenga que competir con un adversario
demagogo y populista, que ofrece villas y castillas, sin pedirle a la gente a
cambio ningún esfuerzo.
¿Quién tiene más posibilidad de ganar? ¿A cuál de los
dos políticos la gran masa de gente quiere escuchar?
Las
respuestas son relativas, pero seguramente la gran masa tendrá tendencia a
querer seguir al que ofrece las prebendas, aunque sean más mentiras que otra
cosa, y mientras más utópicas mejor.
Durante las
campañas electorales, posiblemente sea el período en el que más mentiras se
dicen, y junto con las mentiras piadosas, surgen las calumnias, las
exageraciones, las ofertas utópicas, y pare usted de contar.
Cualquier asesor o consultor político serio,
siempre le recomendará a su candidato que no mienta, que en muchos casos es
preferible quedarse callado, o en un extremo, sugerirá que evada el tema, pero
rara vez le aconsejará mentir. Y la razón es simple, una vez que la mentira se
descubre, y tarde o temprano, siempre se descubre, lo que genera en el electorado
es desconfianza, así se mina la credibilidad del político, y sin ésta, la
personalidad y nombre de ese político está arruinada.
Demás está decir que el
que miente, se ve forzado a seguir mintiendo para no ser descubierto, y de esta
manera caerá en un bucle sin fin del cual no se puede salir, al menos sin
consecuencias.
Quizás la
tentación de mentir en política sea consustancial con la naturaleza humana, la
del candidato y su partido, y la del electorado, pero ganar mintiendo no tiene mérito,
no es decente, es una falsedad que al final se paga con la deshonra.
Eduardo Guerra B
Analista
político y representante en España de la empresa Estudios y Organización
Eugenio Escuela.
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